Desde hace años, cada vez con mayor frecuencia, me he visto
involucrado en conversaciones sobre este punto, con colegas, estudiantes y
amigxs que miran el derecho y la abogacía desde afuera (lo más lejos posible,
je).
Hablémoslo una vez máz, tal vez así deje de perseguirnos.
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Paradójicamente –o de manera previsible, según la
perspectiva económica-, desde que se hizo más fácil escribir –computadoras + impresoras
+ internet- y más difícil leer –mayor volumen para leer + menos tiempo personal
para la lectura + mejores opciones visuales que la lectura- el “valor” de la
palabra escrita ha descendido estrepitosamente.
O mejor dicho, la confianza en la palabra escrita,
especialmente en papel, como herramienta de convencimiento social (una imagen
vale más que 826.324 palabras, lo sabemos, pero eso no es todo).
Cada vez más, nos acercamos a los textos escritos en papel
como quien se acerca a algo secundario, superfluo, disminuido frente a lo
escrito electrónicamente y mucho más frente a lo visual/sonoro no escrito.
Por supuesto, esta transformación de nuestras “actitudes” hacia la palabra
escrita en papel podría ser sólo un dato pintoresco de la vida postmoderna, de interés exclusivo para antropólogxs.
Pero, en realidad, tiene un impacto revolucionario –potencialmente
devastador o reconfigurador- para cierta
práctica social, cuyo rasgo más básico, primal e identitario consiste en el uso
de palabras escritas en papel para convencer a otros de tomar una determinada
decisión: La abogacía, en
países como Argentina, es esencialmente eso.
Y estamos en problemas, pues con esta re-significación de
nuestras herramientas, somos algo así como partícipes de ritos que ya no
significan nada para nosotros.
Eso ya se nota en lxs sub 50, pero es impresionante en los
sub 30; y la genración que está estudiando en esta década tienen incluso dificultades
para comprender cuál es el punto de escribir un argumento –fuera de lo
meramente teatral o ritual.
Cuando ese rasgo cultural se junta con cierta actitud “nihilista”
hacia el derecho y la decisión judicial el cóctel es fatal y da lugar a las
siguientes actitudes (junta son dinamita):
1.- “para qué te vas
a esforzar escribiendo un super escrito si NADIE LO VA A LEER con detenimiento.
No tienen tiempo. Se lo pasan a un relator que no tiene idea”
2.- “para qué te vas a esforzar escribiendo un super escrito
si EL JUEZ, LA JUEZA, VAN A RESOLVER LO QUE SE LES CANTE”.
Como decía, la
abogacía se define por usar palabras escritas para convencer sobre una decisión
y en la comunidad de la abogacía ya nadie cree que la palabra escrita sirva
para convencer a nadie de nada.
Por supuesto, están equivodadxs. En realidad No saben cómo escribir
(y se merecen que no los lean porque escriben pésimo). No saben cómo argumentar
(y se merecen que nadie se inmute por su palabrerío sin sustancia). No saben
cómo ganar/perder bien.
Personalmente, nunca he visto un argumento realmente bueno
(claro, profundo, bien construido, elegante y económicamente expuesto) de cualquiera
de las partes que no fuera “escuchado
(leído)” y que no se clavara como un aguijón en la conciencia de la jueza, del juez.
Decir eso no es lo mismo que decir “que les convenciera”. El punto es que es que, incluso cuando el buen argumento no sea ganador,
cuanto mejor ha sido, más difícil hace la decisión que lo rechaza (de eso se
trata!) y más claro ilumina las debilidades de tal decisión, si es que se toma (lo
que no es poco). Las juezas, los jueces, leen los buenos argumentos, y tratan
de disimular las fallas de su decisión.
Pero como ya no creemos que la palabra escrita pueda
convencer, escribimos malos argumentos, y entonces nadie los lee con profundidad,
y así casi cualquier decisión es posible y aceptable; ya que no tenemos
argumentos buenos para desafiarla…y, tristemente, hacemos realidad -con nuestra
vagancia, nuestra indolencia, nuestro nihilismo, nuestra irresponsabilidad- una
abogacía en la que nadie cree en lo que hace.
Nuestros cuchillos ya no cortan.
Para un juez no hay mayor placer que encontrarse con un colega que argumenta bien, que se hace cargo de los puntos débiles de la posición que defiende y que intenta, en forma leal, sin atajos argumentales, golpes bajos ni frases hechas, darles una explicación; que presenta escritos elaborados para el caso, con el despliegue argumental de quien se sentó a pensar y evaluó seriamente los precedentes que citó -o al menos lo hizo alguna vez para la categoría de asuntos en los que trabaja, generando un buen modelo-. Lo demás aburre.
ResponderBorrarPero, me parece, es parte del problema desde donde escribis. A tu criterio, se trata de "convencer" a un juez. Ahora, en cualquiera de sus acepciones y concepciones, la nocion de convencimiento se reduce a la subjetividad del sujeto a convencer. Pero, si esto es asi, no veo por qué deban desarrollarse -necesariamente- buenos argumentos. Dado que estos, en lineas generales, debieran tender a ofrecer mayor racionalidad. Entonces, quizá, tu criterio se asemeja demasiado a posiciones subjetivistas e irracionalistas sobre el derecho. Al menos, es una forma de pensar la idea de que la actividad sea convencer. Incluso, si de esto se trata no se necesitan buenos argumentos. De lo que se trata es de lograr el convencimiento del juez, mas alla del cómo. Es que los buenos argumentos seran aquellos que sean instrumentales para el convencimiento del juez. Y, entonces, depende de quien sea el juez para ver si son buenos. Por ejemplo, para un juez catolico deberia ser un buen argumento un argumento religioso; aunque seria malo para un juez agnostico; etc.
ResponderBorrarPero si a tu criterio, la unica forma de convencer a un juez es a partir de buenos argumentos, y lo que se entiende por buen argumento se define por la presencia de ciertas propiedades -ie. economia, objetividad, racionalidad, deduccion a partir del derecho, consistencia, etc- no tendra por finalidad el convencimiento del juez, sino, en todo caso, una mejor reconstruccion del derecho vigente. De ahi que son independientes de la subjetividad/convencimiento del juez.
Saludos, Juan Mocoroa
juan, no estoy seguro de entender (si estaríamos en desacuerdo o no), así que la respuesta es tentativa.
BorrarYo discuto con la idea de que lo que hagamos (escribamos) no sirve para impactar (movilizar, condicionar, estimular, lo más cerca posible de determinar las razones de)la decisión de quien debe fallar. Yo creo que sí podemos impactar(y que deberíamos actuar en base a esa premisa)
Efectivamente, uso la idea de "buenos argumentos". No explicité su contenido, pero diría que no está en ninguno de los polos que creo señalás ("instrumental" vs. "mejor reconstrucción del der. vigente").
Dada la idea "constructivista" del derecho que me gusta tomar (justo he posteado al respecto), lo que "constituya o no un buen argumento" depende de cómo entendemos la práctica, y cómo la llevamos adelante. por hipótesis, apelar a la sensibilidad religiosa de quien debe fallar podría ser -en la comunidad relevante- un "buen argumento" (o no). Lo mismo, con los argumentos relativos a "la mejor reconstrucción"). Lo cierto es que, cualquiera sea la (meta)teoría que tomemos sobre qué es un buen argumento, mi punto es que ellos siguen teniendo pertenencia en el juego, y que quienes abogan podrían y deberían (si tienen valentía y capacidad) esforzarse por construirlos cuando defienden un caso, aún en estos tiempo...algo así...
salute (vuelvo en unas horas).